Eran las 12:40 y salí de casa. Llegué al metrobús sin novedad más que la de pensar que debí cargar un suéter, pues a pesar de que el día era soleado, pintaba un aire frío sobre los maizales de mi piel (ay si tu).
Ya en el vagón del transporte público, todo iba pasando según lo esperado cuando sin darme cuenta mi mirada se encontró con una mano izquierda que resolvía fracciones de primaria en un cuaderno escolar. Dicha extremidad pertenecía a una señora de aspecto humilde, quién portaba una gorra negra y parecía estar muy concentrada para realizar la división correspondiente.
Fue entonces que me emocioné por dentro y me dije: ese es un ejemplo de superación. No importaba que la señora tuviese 30 o 40 y tantos, estaba aprendiendo a hacer operaciones con fracciones. ¡Qué maravilla!
Seguramente aprende con ayuda del INEA, tal vez trabaja como ayudante de casa o algo así pero a pesar de su edad quiere salir adelante, pensé.
Era tanta mi sorpresa que en repetidas ocasiones pensé en acercarme a ella y felicitarla, sin embargo en un descuido del destino me quedé atónito al ver como al terminar un ejercicio, la señora hojeó el cuaderno, acto seguido lo guardó y se lo dio a una niña que iba en el asiento frente a ella quien muy felizmente lo guardó en su mochila escolar.